Ana López, la búsqueda del impacto social de las imágenes

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Por. Armando Pérez Padrón

Ana López, profesora e investigadora cubanoamericana, nació el 1 de septiembre de 1956; lamentablemente el pasado 19 de junio la muerte nos arrebató tempranamente no solo su destacada  impronta académica en los estudios de la cinematografía y la cultura  latinoamericana en su relación con Norteamérica, Europa y entre las propias naciones al sur del río Bravo; sino que nos privó de la presencia de un ser humano excepcional, con una voluntad a toda prueba en su afán por facilitar y establecer puentes de entendimiento entre nuestras naciones, teniendo como  base teórica y humanista los vasos comunicantes de la cultura, herramienta de grueso calibre que poder alguno podrá soslayar. Nacida en La Habana, pequeña sus padres la llevaron a Estados Unidos, allí aprendió con marcada fluidez el idioma norteño, estudiante sumamente aplicada, muy joven realizó un doctorado en la Universidad de Iowa. En la Universidad de Tulane, además de profesora, fue directora del Instituto de Estudios Cubanos y del Caribe, además de  Rectora Asociada para Asuntos de la Facultad de Comunicación.

Sus mayores esfuerzos investigativos los dedicó al estudio de la cultura latinoamericana, y sobre todo lo relacionado con el universo audiovisual, con énfasis en los cubanos y latinos en su bregar haciendo arte de las imágenes en movimiento  dentro y fuera de sus países de origen. En su denuedo por escrutar ese calidoscopio de diferentes miradas, etapas, e influjo del cine y la televisión en nuestra América, publicó varios ensayos sobre nuestro cine, desde los primeros pasos hasta la influencia del melodrama con nuestras características latinas, primero en el cine, y luego en el culebrón televisivo; la época de oro, el influjo de la modernidad y la relación con la meca hollywoodense.  En el 2012 Ediciones UNION tuvo la gentileza de publicar su libro Hollywood, Nuestra América y los latinos, precisamente una recopilación de varios de los ensayos a que hacíamos alusión. Texto que hoy me honro presentar en este merecido homenaje que ha organizado Juan Antonio García Borrero, al que agradezco me invitara a ser parte.

Armando Pérez Padrón presenta el libro «Hollywood, Nuestra América y los Latinos»

El primer mérito que aprecio en este libro es que sus diez ensayos superan el suceso audiovisual para adentrase en temas más profundos como los contextos políticos-sociales en que aparece el cine y las huellas de la modernidad en nuestros países. El otro asunto novedoso es su valoración sobre el abordaje de la historia del cine, así desde las palabras liminares nos advierte: “¿Qué significa «hacer» historia del cine? Hace treinta o cuarenta años, significaba producir una crónica de datos, nombres, invenciones, directores y filmes vinculados —en términos generales— a alguna causalidad social. […] Estas historias canónicas del cine fijaban la escena de lo que se valoraba y, por tanto, de lo que se estudiaba y hablaba. Por omisión, esas crónicas tempranas también eran exclusivistas”. (1) Y más adelante agrega  como a partir de la última década del siglo XX los estudios sobre nuestro cine abandonan “[…] gentilmente el dualismo «texto-contexto» para pasar a la contextualización productiva del filme que utiliza una amplia variedad de fuentes como evidencia y atiende a los contextos históricos, sociales y culturales sin abandonar la interpretación textual”. (2)

El ensayo que da inicio “«Un tren de sombras»: los inicios del cine y la modernidad en América Latina”, juega poéticamente con la expresión de Máximo Gorki en su primer encuentro con el cine, a la vez que simboliza la presencia del tren como símbolo de modernidad y sujeto imprescindible en las primeras representaciones fílmicas en esa primera etapa donde la atracción era la esencia del espectáculo. En un vertiginoso recorrido de 1896 a 1920, la autora se adentra en este período de llegada del cinematógrafo a América Latina, sin dudas un espacio de tiempo de los menos documentados por estudios anteriores, sobre todo porque la mayor parte de las producciones se han perdido por diferentes causas. La autora examina la situación sociopolítica de los principales países de la región donde el cinematógrafo tuvo mayor impacto, así como la transformación de la imagines primitivas iniciales al proceso conocido en Estados Unidos y Europa como «narrativas de transición». A su vez valora algunas de las principales propuestas de estos años, como por ejemplo los filmes argentinos (La Revolución de Mayo, 1909; Nobleza gaucha, 1915), de Bolivia (La profecía del lago, 1925; Corazón aymará, 1925), de México, Grito de dolores en siete retablos (1907), además del destape del denominado “cine de la Revolución”), junto a la más conocida del cine silente mexicano La banda del automóvil gris (1919). A manera de resumen de este primer ensayo es significativa la afirmación de la autora, que pese a todas las carencias que pueda tener el grueso de la filmografía latinoamericana: “con poco o ninguna contribución a la tecnología (siguió siendo importada), el cine temprano contribuyó de todos modos a construir fuertes discursos nacionalistas sobre la modernidad”. (3)

En el capítulo “Cruzando países y géneros: realizadores viajeros”, Ana nos traslada  al universo de las diferentes dinámicas que signaron el quehacer cinematográfico de la región con la participación de técnicos y artistas de otras partes del mundo, sobre todo de Norteamérica y Europa; así como la inserción de artistas y especialistas latinoamericanos en aquellas industrias del ocio. La autora recuerda con toda razón que las coproducciones no surgen con el Nuevo Cine Latinoamericano, es un fenómeno que en los años 30, 40 y 50 marcó una parte importante del cine regional; de igual forma nos adentra en los constantes movimientos de creadores desde y hacia nuestros países, así es destacable la extensa lista de artistas y técnicos latinos forjados en Hollywood, baste para ejemplificarlo el caso de Emilio (el Indio) Fernández, a la vez  que nos muestra una larga enumeración de norteamericanos y europeos que vinieron a echar suerte en el cine de nuestra América, en esa amplia relación recordemos nombres emblemáticos como el del ruso Serguéi Eisenstein y el aragonés Luis Buñuel, ambos viajaron de sus tierras originales a Estados Unidos y luego a México. Dentro de los muchos latinos que se movieron entre varios países en su afán de hacer cine, destaca al argentino Carlos Hugo Christensen, quien realizó varias películas en su país de origen, incluyendo los que se consideran primeros títulos eróticos como Safo, historia de una pasión (1943) y El ángel desnudo (1946), en el que mostró a una sensual Olga Zubarry mostrando el primer desnudo femenino del cine porteño; la audacia con que abordaba estos temas  le causaron muchos problemas con los cuerpos fiscalizadores de la moral y las buenas costumbres, por lo que busca otros horizontes en Chile, Perú, Venezuela y Brasil; López distingue varios de sus filmes rodados en eso países y señala la obra La balandra Isabel llegó esta tarde (1949), realizada en Venezuela, como un filme que “[…]constituía en muchos sentidos, una síntesis perfecta del programa cultural y nacional del Estado venezolano”. (4)

La denominada época de oro del cine mexicano, es el punto de partida del capítulo “Un cine para el continente”,  desde el destape con el filme Allá en el Rancho Grande, rodada en 1936, bajo la dirección de  Fernando de Fuentes y protagonizada por Tito Guízar, Lorenzo Barcelata y Esther Fernández, hasta veinte años después con todo el influjo que ejerció en la América hispana,  donde por primera y única vez el cine azteca desplazó del gusto latino al realizado en Hollywood, la autora no solo resalta los principales momentos y sus autores, así como las  coproducciones con Cuba, sino que cuestiona los argumentos críticos de Enrique Colina, Daniel Díaz Torres y el mexicano Jorge Ayala Blanco que vieron en este cine una suerte de píldora enajenante y concluye: “Al centrase en su omnipresencia y tendencias populistas Colina, Díaz Torres,  Ayala Blanco y otros críticos contemporáneos no tuvieron en cuenta que se trataba del primer cine autóctono que hizo mella en la presencia de la industria hollywoodense en América Latina, el primero que divulgó, voces, canciones e historia latinoamericana y el primero que atrajo y mantuvo el interés de públicos multinacionales en todo el continente durante varias décadas”. (5)

En  “Lágrimas de celuloide: el melodrama en el «viejo» cine mexicano”, la investigadora nos conduce por senderos que redimen la legitimidad del género, y fundamenta las cuitas lacrimógenas como parte indisoluble de la  identidad familiar mexicana, bajo la tutela de un cristianismo menos trágico que las raíces europeas; así “[…] la materia prima del melodrama de familia —el pecado y la abnegación sufriente—devienen componentes esenciales de la tradición cristiana: el pecado tiene en cuenta la pasión, y aunque siempre debe ser castigado, la pasión al fin y al cabo, justifica la vida”. (6) Este enjundioso capítulo analiza las fuentes originales del patriarcado mexicano desde “La Malinche”, la princesa azteca que se sometió a Hernán Cortez y entregó a su pueblo a los conquistadores” (7), hasta el desdén de los supermachos de la Revolución hacia el heroísmo de la mujer mexicana en esa contienda. A su vez,  Ana aborda las historias vinculadas al universo de las grandes divas  y al de las rumberas, muchas de ellas cubanas, que cautivaron con sus apetitosas voluptuosidades al gallego Juan Orol y otros varones del hermano país.

El texto “Nuestros bienvenidos huéspedes: las telenovelas en América Latina”, aunque pudiera parecer que se desmarca de la esencia misma del libro, para nada es así, si tenemos en cuenta que cada vez las líneas imaginarias que separan los intereses de televisión y cine parecen converger. La autora no solo nos facilita un recorrido histórico por este género televiso desde la década del cincuenta del pasado siglo, sino que realiza un acucioso análisis de las características con que se han realizado en los diferentes países del continente, así como las diferencias sustanciales con la forma en que se aborda en Estados Unidos de América y Europa.   

El ensayo “Enfrentando a Hollywood”, lleva al lector a las bases fundacionales de la meca del cine, destaca como los efectos de la I guerra mundial en Europa, propiciaron el salto vertiginoso que convirtió a Hollywood en una poderosa fuerza internacional en la economía, la política y la ideología. Y en medio de este entorno globalizador y omnipresente en toda la región, los esfuerzos de cada país por delinear un cine “nacional”, así la autora también nos devela la otra cara de la globalización donde de alguna forma elementos claves de nuestras culturas también son asimilados por la industria y el público norteño para concluir que, “(…) más que un enfrentamiento entre Hollywood y sus otros, ahora procuramos comprender una zona más amplia de debate cultural y relaciones económicas en que podemos trazar las tensiones y contradicciones entre sitios nacionales y procesos internacionales. Es en esta zona, al fin y al cabo, y en la que se le ha «vivido» como parte de cultura pública”. (8)

En “A Hollywood de ida y vuelta: Dolores del Río, una estrella trasnacional”, encontramos un detallado recorrido por el extenso trabajo actoral de la artista latina que deslumbrara a Hollywood en la etapa silente del cine, y que en 1943 regresó a su México natal, protagonizó buena parte de los filmes de Emilio (el Indio) Fernández, como María Candelaria, obra que llama la atención de Europa en el primer Festival de Cannes. Y tras la II Guerra mundial nuevamente Hollywood pone su mirada en ella, pero ahora desde la postura de obras realizadas en coproducción de los estudios Churubusco con la RKO norteña.

La siguiente propuesta del libro “¿Son todos los latinos de Manhattan? Hollywood, etnografía y colonialismo cultural”, nos aproxima a la denominada «política del buen vecino» concebida por el gobierno de Theodore Roosevelt con su Oficina de Asuntos Interamericanos, mediante la cual pretendían que el cine enmascarara la visión displicente  del latino que habían dado en la gran mayoría de los filmes norteamericanos, para lo cual además de filmar en locaciones latinoamericanas y con algunos actores de la región, trataban de dar otra mirada a ese otro con que siempre se vio al habitante del sur; para ello entre otras cosas buscaron un nuevo rostro latino que diera vida a sus aspiraciones, y nada mejor que la brasileña Carmen Miranda,  que “[…] funciona ante todo, como un fetiche fantástico o extraño”, cuyas representaciones estaban marcadas por un mimetismo en extremo surrealista.

El capítulo “Sobre ritmos y fronteras” esboza cómo la música latina fue conformando un corpus de alto relieve dentro de la cinematografía latina, y el momento y forma en que estos ritmos y música del sur van a interactuar con el universo hollywoodense. En su estudio la autora nos lleva por el sendero de los ritmos que caracterizan la música de nuestra región (samba, chanchada, danzón, son, boleros, tangos, rancheras, salsa, etc), todo ello como parte indisoluble de la cultura latina, y las maneras en que se ha reelaborado su representación en el cine latino facturado en Hollywood.

El ensayo que cierra el texto literario, “Yo también amo a Ricki: El cubano que muchas veces se olvida”, Ana a partir de la presencia de un cubano mestizo en el primer programa de televisión de amplia popularidad en Estados Unidos, no solo devela las pautas que hicieron posible que un latino apareciera como esposo de una norteamericana en un programa de televisión de alto arraigo, sino que parabólicamente nos devela sus indiscutibles raíces criollas.

Armando Pérez Padrón y Juan Antonio García Borrero

De manera amigos míos, que  “Hollywood, nuestra América y los latinos”, además de ser un libro bien escrito y ameno, es un texto imprescindible para acercarnos más al impacto que han tenido las imágenes en movimiento, en la sociedad y la historia de nuestra América en los últimos cien años, porque tal como declaró su autora  a propósito de sus investigaciones sus esencias están en que: “No quiero interpretar lo que significan las imágenes sino comprender cómo funcionan, cómo engendran y resuelven contradicciones. Y, por otra, soy historiadora cinematográfica y siempre contextualizo los análisis textuales porque para mí todo pierde sentido si se separa de su historia. También quiero comprender de manera global el flujo de imágenes/personas/movimientos a lo largo de todo el continente y a través del tiempo” (9).

Así de grande e importante para la historia de nuestra cultura y para la otra historia también, es el cine de nuestra América en su relación con Hollywood, y así de inmensa es y será nuestra gratitud por esa cubana, por esa mujer extraordinaria, que fue Ana López.

Muchas gracias.

(En Camagüey, Cuba, 6 de a septiembre de 2023).

Notas

1.- Ana López: Hollywood, nuestra  América y los latinos, ediciones UNIÓN, La Habana, 2012, p.7.

2.- Ibíd.p.8.

3.-Ibíd..p.41.

4.- Ibíd. P.57.

5.-Ibíd.p.81

6.-Ibíd.p.89

7.-Ibíd.p.90

8.- Ibid. p.165.

9.- https://endac.org/encyclopedia/hollywood-nuestra-america-y-los-latinos

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Author: ENDAC