El sexo de las utopías. Los cineastas extranjeros en la Cuba de los sesenta (fragmento)

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Fue Agnès Varda la que, una vez en La Habana, supo expresar de manera más transparente ese desconcierto que provocaba la Revolución en lontananza. Su humildad ante lo desconocido contrastaba con la arrogancia de otros que hablaban en nombre de algo que no pudieron hacer en sus respectivos países, pero que parecían conocer al dedillo. Decía la Varda:

“Creo que en Europa están fascinados por lo que está sucediendo en Cuba. Primero, hay un sentimiento romántico; después, un cierto desconocimiento, de manera que la gente sabe pero no sabe exactamente lo que está sucediendo. (…) Hay algo exagerado en todo esto, pero es fascinador para nosotros”.

Los periódicos europeos, en efecto, se encargaban de registrar cada una de las declaraciones que hicieran estas celebridades. Si el paso de Zavattini por la isla en dos ocasiones antes de 1959, no llegaría jamás a ser noticia, en cambio sí fueron reproducidas sus muestras de solidaridad con la Revolución una vez que comenzara la invasión de Playa Girón (Bahía de Cochinos, para otros). También las de Joris Ivens (“Yo sé que los cubanos tienen fuerza para resistir. Conozco las Milicias y la vocación patriótica heroica del pueblo cubano; esta agresión contra Cuba no es un problema cubano: es un problema de cada uno y de todos en todo el mundo”). Así como el mensaje de Chris Marker a Harold Gramatges, entonces embajador de Cuba en Francia (“Reciba mi profunda y emocionada solidaridad con el pueblo y gobierno de Cuba. Por haber filmado en Cuba, sé que ningún esfuerzo para destruirla podrá cumplirse”). Aunque tal vez ganaron mayor resonancia las declaraciones de Alain Resnais, el recién aclamado director de Hiroshima, mon amour: “Estamos angustiados, muy angustiados por la invasión prefabricada a Cuba, invasión que no tiene relación alguna con la realidad interior y sí tiene un vínculo estrecho y muy mal camuflado de agresión exterior.” Lo asombroso es que Resnais jamás había visitado a Cuba: ¿de qué realidad hablaba entonces?

Era otra época, desde luego. Otro lenguaje. Una época donde el apoyo popular a la Revolución se adivinaba irrefutable. Lo cual no quiere decir que, incluso en su seno, no existiesen dramáticas contradicciones. Pero esos diferendos internos, de cara al exterior, y dada la presencia de un enemigo tan hostil como eran los Estados Unidos, sencillamente no existían. Para la izquierda de ultramar, aquella Revolución era monolítica, y todas las dificultades surgían de un desacuerdo con el país más poderoso del mundo. En ese imaginario, solo cabían dos alternativas: o apoyar las demandas de cambio de una nada despreciable masa de desposeídos que exigían una mejor distribución de los recursos básicos, o seguir legitimando la injusticia social.

Más que una ideología común (que nunca ha sido común, desde luego, no obstante las apariencias), a la izquierda de los sesenta (fuese la francesa, la británica, o la que ejercía su liderazgo en los países socialistas) lo que le condenaba al fracaso era una sobredosis de “humanismo utópico”. Por la observación de Camus, a propósito de Scheler, sabemos que “(s)e ama a la humanidad en general para no tener que amar a los seres en particular”: arrastrada esa anotación al contexto que nos ocupa, se diría que la izquierda de entonces amó a Cuba en general para no tener que entender a cada uno de los cubanos.

𝗝𝘂𝗮𝗻 𝗔𝗻𝘁𝗼𝗻𝗶𝗼 𝗚𝗮𝗿𝗰í𝗮 𝗕𝗼𝗿𝗿𝗲𝗿𝗼

PD: La foto pertenece al documental de Agnès Varda ¡Saludos, cubanos! (1963).

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Author: ENDAC