Ahora llegan a mi mente los recuerdos de aquel primer viaje que hice fuera de Cuba, en el ya lejano año 2000. Ha sido la única vez que formé parte de una delegación oficial del ICAIC. Habían organizado un festival de cine en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia), y a mí me invitaron porque estaba previsto un homenaje a Tomás Gutiérrez Alea.
Esa fue la primera vez que coincidí fuera de la isla con Mirtha Ibarra: y fue el inicio de una ya larga amistad. Pero en aquel grupo también estaban Gustavo Fernández (de Producción), Rosa María Rovira (que entonces trabajaba en Relaciones Internacionales), y Enrique Molina, ya convertido en toda una celebridad, y a todos ellos les agradezco me hicieran perder el inevitable miedo que se siente, cuando uno sale por primera vez del país y se enfrenta a un contexto ajeno.
Recuerdo que teníamos que hacer una breve escala en México, y de allí conectar con el vuelo que nos llevaría a Bolivia. Pero nunca llegamos a tiempo, por lo que esa noche dormimos en un hotel del DF que dispuso la agencia, y al día siguiente decidimos pasear por la ciudad. Todavía recuerdo el susto de Molina, porque Gustavo, él y yo, nos montamos en el metro, y en algún momento intentaron sustraerle algo del bolsillo. Desde luego, diez minutos después ya se había olvidado de todo, y estaba en su eterno choteo, sacándole lascas a todo, incluyéndose a él mismo.
También recuerdo algo muy trivial, pero que siempre que nos reencontrábamos, a mí me gustaba mencionárselo. En Santa Cruz de la Sierra nos hospedaron en el lujoso hotel Los Tajibos, y a la hora de irnos, en la maleta de Enrique parecía que la ropa no cabía, por mal organizada. Entonces le pedí la sacara, y comencé a doblarla como a mí me habían enseñado en la Vocacional. A Enrique aquello le llamó tanto la atención, que cuando conocí a Elsa (su esposa) en La Habana, me presentó como el que le había organizado la maleta en Bolivia.
Tampoco he podido borrar una experiencia que vivimos en Ciego de Ávila. Coincidimos allí a propósito de una de las ediciones de la Semana de Cine Iberoamericano que organizaba el Centro de Cine de esa ciudad. Y una noche, como parte del programa de actividades, debimos desplazarnos a algún municipio (quizás Florencia, no estoy seguro). En el carro íbamos M (mi esposa), Elsa, Molina, y yo, y en algún momento sentimos el corte brusco que debió dar el chofer porque un vehículo que venía de frente casi nos impacta. La que más nerviosa se puso fue Elsa, pero allí estaba otra vez, salvador, Molina, tirando a choteo lo ocurrido, y haciendo todo lo posible por relajarnos (sobre todo al chofer).
En el año 2005 lo invitamos al XIII Taller Nacional de Crítica Cinematográfica celebrado en Camagüey, con el fin de que disertara en la mesa “Dramaturgia y actuación en el cine cubano”, acompañado de Julio García-Espinosa, Enrique Pineda Barnet, y Nelson Acevedo. Y en esa misma edición le fue concedida la condición de Huésped de Honor de la Ciudad, un reconocimiento que agradeció muchísimo, porque lo acercaba más a ese lugar donde su padre también había formado familia.
Es lógico que hoy muchos estemos tristes con su desaparición física. Pero como todo gran artista, ya Enrique Molina nos está trascendiendo. Allí van a permanecer sus numerosos personajes donde el trabajo de caracterización y uso de lo emotivo marchaban a la par, a una altura pocas veces vista en nuestro país.
En lo personal, mientras viva siempre estaré dialogando con el padre inolvidable de Video de familia, de Humberto Padrón, o incluso, con el cura tronado por malhablado de Alicia en el pueblo de Maravillas, de Daniel Díaz Torres.
Dicho de otro modo, y por lo claro: que queda Enrique Molina para rato.
Juan Antonio García Borrero
PD: Las fotos son de la autoría de José Gabriel Martínez


