En A Contraluz, el libro que Luciano Castillo publicara con la Editorial Oriente (Santiago de Cuba) en el año 2005, aparece una deliciosa conversación con Nelson Rodríguez. Y hay una parte que a mí me gusta leérsela a los amigos que llegan a mí interesados en incursionar en la realización audiovisual; dice Nelson Rodríguez allí:
“Existe un problema con las tecnologías modernas. Los jóvenes que saben mucho de computación le pueden entrar muy fácil al AVID, pero lo del cine es más complejo, porque si no tienes la experiencia y una cultura cinematográfica, estás frito. Resulta mucho más fácil trabajar en AVID que en moviola, es como cuando uno aprende a manejar un carro, hasta que no domina la cosa mecánica de los pies y las manos, uno no se puede concentrar en la carretera, eso pasa en la moviola. En el AVID no es así: es apretar teclitas, pegar un pedacito de plano con otro, lo miden por un cuentamillas y dicen qué tiempo le van a dar, sin mirar el plano en realidad. Los planos tienen un movimiento interno. Como lo hacen tanto, acaban en menos de tres días. Y si ven algo raro, deciden hacer una disolvencia o algún fundido, lo cual suaviza el corte. Así cualquiera edita, pero eso no es editar, eso es pegar planos”.
Quien hablaba así es el responsable de la edición de películas como Memorias del subdesarrollo, Lucía, La primera carga al machete, Los días del agua, Una pelea cubana contra los demonios, La última cena, Los sobrevivientes, Cecilia, Una novia para David, Papeles secundarios, o El siglo de las luces, para mencionar apenas algunas de las muchísimas que editó.
Es decir, hablamos de toda una leyenda del montaje cinematográfico, alguien de quien el gran cineasta Humberto Solás dijera en su momento: “Si unimos la experiencia del editor, de musicólogo intuitivo, del director de actores nato, del cinéfilo que sabe encontrar en cada secuencia que tú filmas o que estás por filmar, un referente en la historia del cine, realmente se consolida una personalidad muy breve, muy vigorosa, de una altura profesional difícil de encontrar”.

En Camagüey tuvimos la suerte de tenerlo en el XIV Taller Nacional de Crítica Cinematográfica, y recuerdo aquellos días a su lado como una verdadera fiesta. Nelson Rodríguez era, ante todo, un gran cinéfilo.
Podía hablar con gran rigor de la técnica y de la teoría, pero tengo la impresión de que todo el tiempo le estaba haciendo una suerte de declaración de amor, a lo gran Hollywood, al cine mismo. Y allí su pasión, como el legado que ahora nos deja, era sencillamente impresionante.
Juan Antonio García Borrero