La primera vez que vi el filme japonés La novia de Cuba (Kyuba no Koibito/ 1969), de Kazuo Kuroki, fue en el año 2009. Al siempre recordado investigador Alberto Elena, uno de los organizadores del Festival de los Cines del Sur (Granada, España) que se celebraría entre el 13 y el 20 de junio de aquel año, le había seducido el tema de investigación que en aquel momento yo asumía (Cineastas extranjeros en el cine cubano de los sesenta), y me invitó a terminar de escribir el libro Intrusos en el paraíso y presentarlo en el Festival, el cual acompañaría un ciclo de películas que él y Mirito Torreiro curarían.
Como le expliqué a Elena en su momento, la presencia de todos esos cineastas extranjeros que pasaron por Cuba en aquella década fundacional, apenas había sido estudiada por la historiografía canónica. En sentido general, se mencionaban los nombres de Cesare Zavattini, Joris Ivens, o Mijail Kalatozov, por nombrar algunos, pero apenas para resaltar que el paso de los mismos por la isla más bien hablaba de la simpatía que muchos cineastas de izquierda sentían entonces por la Revolución, pero que en lo estético o en lo cultural apenas habían dejado huellas importantes.
Tengo la impresión de que fue con Alberto Elena con quien primero hablé de la necesidad de crear nuevas herramientas epistemológicas, que nos permitiera asumir y entender como parte de las dinámicas audiovisuales cubanas todos esos procesos que normalmente quedan fueran del relato oficial, pero que están profundamente conectadas a su Historia.
Supongo que le hablara entonces de mi interés en distinguir el constructo “cine cubano” (conjunto de películas y biografías que pueden localizarse con relativa facilidad en el espacio y el tiempo) de ese otro que insisto en llamar “el cuerpo audiovisual de la nación cubana”, donde apelando al sentido de “comunidad imaginada” que según Anderson tendría la misma, estaríamos en presencia de algo que no existe de manera fija o tangible, sino que constantemente se enriquece en todas las direcciones.
A diferencia del concepto “cine cubano”, tan apegado a lo estrechamente nacional, “el cuerpo audiovisual de la nación” permitiría conectar todo ese conjunto de imágenes, acompañadas o no de sonidos, que de modo transnacional se articulan alrededor de “la cosa cubana” lo mismo a través de las películas, que, de las tecnologías, las salas o festivales donde se socializa el consumo, o los libros o revistas que se escriben o se leen.
La muestra curada por Alberto Elena y Mirito Torreiro era ejemplar en cuanto a la ilustración de dicha tesis. Yo había escrito Intrusos en el paraíso teniendo en mente un territorio poco conocido, pero a pesar de eso, reconocible. En cambio, las películas que ambos investigadores lograron reunir mostraban lo conocido (Yanqui no, 1960, de Richard Leacock; Cuba, pueblo armado, 1961, de Joris Ivens; Saludos, cubanos, 1963, de Agnès Varda; Ella, 1964, de Theodor Christensen), pero también lo que a estas alturas sigue siendo ignorado en cualquiera de los libros donde se aborde la historia del cine cubano. Menciono algunos de esos títulos malditos entonces proyectados en el evento: Cuban Rebels Girls (1959), de Barry Mahon, We Shall Return (1962), de Philip S. Goodman, Isla en llamas (1962), de Roman Karmen, La vida de Juanita Castro (1965), de Andy Warhol, Che (1969), de Richard Fleischer, Topaz (1969), de Alfred Hitchcock, o la mencionada La novia de Cuba, de Kazuo Kuroki.
Por suerte, sobre La novia de Cuba ya existen valiosísimas investigaciones. Mario Piedra ha escrito un artículo muy revelador con el título de La novia (desconocida) de Cuba. Y está el documental La novia de Akira (2011), realizado por Marian García Alán, que rescata las memorias de algunos de los integrantes cubanos de esta colaboración cubano-japonesa. Y en el filme de Carlos Quintela Los lobos del este (Higashi No Okami/ 2017), rodado en Japón, pueden adivinarse las huellas primigenias del filme de Kuroki.
Hoy, a diferencia de diez o quince años atrás, estamos en condiciones de construir ese cuerpo audiovisual de la nación, a través del ejercicio transnacional de lo que ya se conoce como la Historia Pública, es decir, la Historia armada con los archivos compartidos por los usuarios conectados a Internet.
En la ENDAC tenemos varios ejemplos preciosos de esa nueva modalidad de escritura colaborativa, una de ellas vinculada precisamente a La novia de Cuba. Y es que la portada de la revista japonesa que puede apreciarse debajo, fue escaneada en su momento por nuestra amiga y estudiosa del cine cubano Sachiko Terashima, quien nos la hizo llegar desde Japón minutos después de leer la entrada donde promovíamos la cinta. En la imagen pueden verse a la actriz Obdulia Plasencia y el actor Masahiko Tsugawa como parte de la promoción de la película en el país nipón.
Juan Antonio García Borrero
