Lo que el cine cubano iba a ser

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¿Fue el cine cubano de los sesenta un mito inventado para saciar las ansiedades de aquellos que se enfrentaban a Hollywood, o hay en toda esa producción una evolución cultural visible?, ¿hablamos solo de un conjunto de imágenes propagandísticas o, al final de la década era posible detectar un lenguaje fílmico genuinamente cubano?

Lo primero que deberíamos examinar es la posible congruencia o incongruencias entre aquellas metas que se propuso el ICAIC desde el primer minuto de su creación, y las alcanzadas al final de esos diez años. Para facilitar un poco el análisis, me gustaría partir de esas seis metas que resumiera Alfredo Guevara en el primer número de la revista “Cine Cubano”, al asegurar que:

1. Será un cine artístico.

2. Será un cine nacional.

3. Será un cine inconformista.

4. Será un cine barato.

5. Será un cine comercial.

6. Será un cine técnicamente terminado. 

Algo que me deja insatisfecho en el modo en que encaminan su crítica algunos detractores del ICAIC, es la forma en que soslayan el problema de la tradición cinematográfica, que en el caso cubano era inexistente antes de 1959. En el afán de “satanizar” todo lo realizado por la institución, terminan asociando al ICAIC solo con el proyecto político, lo cual sería una lectura similar a la que realizan aquellos que desde la isla identifican a la nación cubana con la Revolución. Si se mira al ICAIC apenas desde la perspectiva ideológica, es predecible que aquellos que nunca han simpatizado con el proceso, o que terminaron desencantados con el mismo, reaccionen con la descalificación radical. Otra cosa sería evaluar esa producción de acuerdo a los seis puntos esgrimidos por Alfredo Guevara, y donde sí es posible apreciar notorias insuficiencias, aunque también, innegables ganancias.

Las metas propuestas por Guevara parecen inspiradas en las batallas que por entonces libraban las cinematografías europeas (sobre todo la italiana y la francesa). Podrá recordarse que para André Bazin lo importante no era cambiar el gusto de los espectadores, sino elevar la calidad de las películas, que a la larga sería lo que habría de transformar el nivel de percepción del espectador. Una utopía compartida por casi todas las cinematografías que no eran Hollywood, y que posibilitó que se pusieran de moda en Europa, por esa fecha, los Estados asistenciales interesados en fomentar “un cine nacional”. La coincidencia en el tiempo con un hecho histórico como la Revolución, contribuyó a asentar en el imaginario colectivo que “otro cine” también era posible.

Sin embargo, es evidente que la producción de esa década, en términos cuantitativos, no siempre fue “artística”, ni “técnicamente terminada” (algo que supo argumentar muy bien García Espinosa con su todavía polémico ensayo “Por un cine imperfecto”), y mucho menos “comercial”, aunque sí puede afirmarse que, por lo general, fue un cine barato (la excepción estaría en Soy Cuba) e invariablemente “nacional” (léase “nacionalista”).

Juan Antonio García Borrero

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