Los Cine-Clubes de Creación en Cuba

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Foto: Daína Chaviano y Pablo Lorenzo en “La barrera” (1988), de Tomás Piard.

¿Se podrá escribir en algún momento la Historia de los Cine Clubes de creación en Cuba? Si pensamos en ese tipo de Historia que domina nuestro imaginario, una Historia donde hay una relatoría íntegra de hechos, anécdotas, valoraciones, definitivamente no.

Todas esas películas fueron concebidas para brillar una noche, en un marco más bien estrecho. Y por lo general ni siquiera los propios cine clubistas estaban conscientes del valor cultural que podría tener el conjunto de esas producciones para la memoria de la nación.

Eso ha traído como consecuencia de que, además de que muchas de esas películas ya no existen, o resultan bien difíciles de localizar, tampoco las huellas de su paso o la documentación de su existencia, puede encontrarse con facilidad: los críticos apenas escribieron sobre ellas.

Tomás Piard pareció ser uno de los pocos que miraba todo ese “cine aficionado” con la misma seriedad con que se examina “la gran Historia”. Conservaba con una devoción digna del gran cinéfilo que siempre fue, las fotos de aquellas películas que filmaban en las más precarias condiciones.

Hoy, cuando vemos a la gran escritora Daína Chaviano, por ejemplo, en fotogramas de La barrera (1988) o En la noche (1988), de Piard, adivinamos de golpe las tremendas lagunas que tenemos en esta zona de nuestro audiovisual.

Y no se trata ahora de pretender cultivar una historia arqueológica que nos dejaría a merced de la dictadura del fragmento y la simple nostalgia de lo que fue, sino de impulsar una historiografía crítica que nos permita detectar ese “espíritu de época” que se respiraba en la creación audiovisual toda.

Como una contribución a esa Historia crítica que en algún momento se practicará, dejamos , donde puede apreciarse una parte de la producción de los principales Cine Clubes del gran movimiento que se originara en los ochenta, luego de la fundación del Círculo de Interés Cinematográfico de la Casa de Cultura de Plaza.

Está claro que falta aquí muchísima información, pero ojalá esos vacíos devengan incentivos para ensayar otras maneras de irrumpir en el universo cinematográfico de la época.

Juan Antonio García Borrero