El Premio Nacional de Cine que se le acaba de entregar a Magaly Pompa, es un acto enorme de justicia, y por ello mismo, de una belleza descomunal.
Ya otras veces hemos hablado de la necesidad de contar la Historia del cine cubano desde lo fangoso, es decir, desde el momento en que sus hacedores aún se encuentran sumergidos en el acto de la creación primigenia: es un poco dejar a un lado, temporalmente, la construcción de una historia del impacto del cine cubano en mí, para hablar del cine cubano en sí.
Con razón, Magaly Pompa en una entrevista concedida a Dayron Rodríguez Rosales, llamó la atención sobre la nula referencia que hace la crítica al papel que juega el maquillaje dentro de una película. “De igual manera”, dijo entonces, “ en nuestro país los críticos hablan apenas sobre mi especialidad. No sé si esto sucede porque no conocen lo suficiente acerca de la misma o no les atrae. Para ellos el maquillaje no tiene gran importancia, como si el trabajo nuestro no valiera, pese a todo el sacrificio que debemos hacer. A veces tengo que estar lista para maquillar a las 4 de la madrugada, o antes. Siempre soy de las primeras en llegar al set, para trabajar”.
Dentro del cine cubano, ya hay varias películas que le deben a Magaly Pompa buena parte de esa memoria que luego trasciende, algo que es mejor reconocido por quienes comparten el acto creativo inicial. Y en este punto, llega a la mente lo que en su momento comentaría Mario Balmaseda, a propósito de su interpretación de Antonio Maceo en la película Baraguá (1986), de José Massip:
“Se hizo un trabajo muy riguroso con el maquillaje, algo que casi nunca se destaca y que yo pienso tiene mucho de artístico, aunque no se reconozca así. Magaly Pompa, quien se encargó de la transformación, probó varios maquillajes a ver qué se podía aprovechar de mí y qué se debía rehacer. Después de varias pruebas se determinó que la barba sería la mía. Como el bigote no me crecía mucho fue necesario hacer una pequeña franja encima del labio e injertar el característico del personaje. Me afeitaron las cejas para darles esa forma diagonal que conocemos. También se me transformaron las entradas y con un pegamento especial me achicaron los ojos para que no se me vieran tan grandes. En cuanto a la nariz, había que desaparecer la de Mario Balmaseda. Se me colocó entonces una tela transparente que me levantaba las aletas y hacía pensar en el perfil de Maceo. Cogí mucho sol durante tres meses para cambiar el tono de la piel y realicé bastante ejercicios con pesas, buscando la corpulencia necesaria. El ICAIC pidió colaboración a MOSFILM y el especialista que vino, tras ver el trabajo realizado opinó que no tenía nada que hacer”.
