El 30 de mayo del año 2019 dejamos inaugurado en Camagüey el Cine Club Infantil “Elpidio Valdés”, conformado por alumnos de la Escuela Primaria “Enrique Casals Villareal” (Reparto Albaisa).
Crear un cine-club es fácil; hacer que funcione de modo eficiente como vehículo de superación cultural para sus miembros no tanto, mucho más en una época como la nuestra donde el afán permanente de “novedades” relega a un segundo plano la actividad reflexiva, en tanto lo que importa es estar “informados” (o lo que es lo mismo, saber de lo último que salió en cartelera o fue reconocido con los Oscars más recientes).
El desafío se multiplica cuando el cine-club al que hemos nombrado Elpidio Valdés, está integrado por niños y niñas de la enseñanza primaria (cuarto, quinto, y sexto grado). Por lo general la membresía de un cine-club está conformada por adultos que ya han sido seducidos previamente por el cine como arte, y buscan refinar su gusto a partir de la apreciación y debates de filmes considerados “clásicos” o de gran calidad estética.
Pero en un cine-club con niños de tan corta edad (nativos digitales, al decir de Mark Prensky) es imposible pensar que estén buscando algo parecido. Con esos cortos años, estos niños que han nacido rodeados de artefactos electrónicos con los que han aprendido a jugar antes de aprender a leer y escribir, tienen todavía en su máximo esplendor esa capacidad de asombro que le permitiría tomarse muy en serio la conquista de cualquier cosa: no les intimida el fracaso en el aprendizaje porque gozan con la constante experimentación; pero eso sí, como todos los humanos necesitan que se les motive.
Mi criterio es que cuando hablamos de formar espectadores críticos del siglo XXI debemos dejar a un lado buena parte de la retórica y las prácticas pedagógicas asumidas en el siglo XX. Hay que dejar a un lado esos sesgos cognitivos que nos impiden ver que nosotros, los adultos, también somos parte del problema cultural que intentamos resolver. Si creemos que por gozar de determinada ilustración cinematográfica ya estamos en condiciones de formar espectadores críticos, sencillamente estaríamos dejándonos llevar por el autoengaño.
Hay que pensar seriamente en crear entornos cineclubísticos que se conecten con lo real (en este caso, las comunidades mayores de las que son miembros estos cineclubistas), y a partir de allí, desplegar estrategias donde lo interesante no sea imponerle a los más jóvenes el culto de filmes clásicos, sino el descubrimiento de que estas películas, sin importar si son mudas o sonoras, en blanco y negro o a color, en 2D o 3D, nos ayudan a ser mejores personas.
Juan Antonio García Borrero