¿Por qué el cine cubano debe ser incómodo?

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Una vez John Sayles, destacado cineasta del cine independiente norteamericano, escribió lo siguiente:

Mis películas pueden ser la voz de sectores que no tienen oportunidad de expresarse; y mis personajes, la voz de alguien que he conocido o de quien he oído, y que no veo por ningún lado en las pantallas”.

Para mí el cineasta es, sobre todo, un privilegiado que tiene la oportunidad de mostrar en pantalla los dramas que aquellos que, a diario, son superados por la Historia pensada por la lógica de los “grandes acontecimientos”, los “grandes hombres”.

Si el audiovisual cubano ha tenido tantos problemas en su relación con la vanguardia política, es justo porque desde que se creara el ICAIC el 24 de marzo de 1959, esa vocación para mostrar la complejidad de la existencia (en vez de simplificarla, como prefieren los políticos) ha formado parte de su principal misión.

Puede entenderse entonces por qué hay tantas películas cubanas que jamás han llegado a las pantallas de nuestros cines. El cine, como parte de la cultura (que es un dispositivo que ayuda a articular lo diferente, lo diverso) se ve como una amenaza para aquellos que buscan una identidad única, y en virtud de ello, expulsan de esa imagen idílica todo lo que pueda resultar extraño.

Es deber del cineasta (y del artista en sentido general) no renunciar jamás a ese papel de hereje que le toca.

Juan Antonio García Borrero