Icaic vs. Ministerio de Cultura: historia de un malentendido

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El 22 de marzo de 1962, Alfredo Guevara le escribe una extensísima carta al músico Carlos Fariñas, quien por aquellas fechas se encontraba en el Conservatorio de Moscú. En la misiva, el entonces presidente del ICAIC le habla del desempeño musical que tendrá en la coproducción Soy Cuba (1964), de Mijail Kalatozov, pero también aborda parte de los conflictos que entonces protagonizaba con miembros de “Lunes de Revolución”. Y dice en algún momento:

Según parece se acerca una verdadera Comisión del Trabajo Intelectual –con talla y poder suficientes y un Ministerio de Cultura- esto se discute y aplaza siempre, pero la urgencia del caso hace pensar en que se acerca la solución. Sueño con que se terminen las duplicidades e interferencias y con ellas las pequeñas y mezquinas batallas en que tanto tiempo se pierde. Esto es necesario, es urgente, es inaplazable: habrá entonces Ministerio de Cultura”. [1]

Sin embargo, la creación del Ministerio de Cultura demoró hasta el año 1976. Y, en sentido general, esa acción fue percibida como un logro que comenzaba a dejar atrás el funesto espíritu del “quinquenio gris”, y de alguna manera flexibilizaba la política cultural promovida hasta entonces por el Consejo Nacional de Cultura, donde el dogmatismo y la exclusión de todo lo que evocase la cultura pre-revolucionaria o no militante, resultaba la tendencia hegemónica.

Aquel año culminaba el proceso de institucionalización en el país. Ya el 15 de enero se había publicado en el periódico “Granma” un proyecto de Constitución de la República, la cual fue sometida a un referéndum el 15 de febrero, y que, una vez aprobado por la mayoría, permitió que entrara en vigor la Carta Magna el día 24 de ese mismo mes. También se aprueba en julio la Ley No. 1304 sobre la nueva división político-administrativa, y se organiza el proceso eleccionario que terminará conformando el 2 de diciembre del propio año la Asamblea Nacional del Poder Popular. Según evoca Ambrosio Fornet,

quizás nunca se haya escuchado en nuestro medio un suspiro de alivio tan unánime como el que se produjo ante las pantallas de los televisores la tarde del 30 de noviembre de 1976 cuando, durante la sesión de clausura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, se anunció que iba a crearse un Ministerio de Cultura y que el ministro sería Armando Hart”.[2]

Se trataba de un gran desafío, sobre el cual el propio Hart recordaría: “Confieso que cuando llegamos al Ministerio de Cultura no podíamos imaginar qué cosa era un Ministerio de Cultura, ni cuáles eran exactamente sus funciones”.[3] Puede decirse que el beneplácito fue mayoritario, tomando en cuenta que, según el recién estrenado ministro, empezaron “luchando contra la natural tendencia humana –de la que no tienen por qué estar exentos los funcionarios del Ministerio- a convertirse en una suerte de normadores de las formas o los gustos estéticos”.[4]

Ello significaba un paso de avance comparado con lo que hasta el momento se venía viviendo, pero a un intelectual como Alfredo Guevara no se le escaparían los “daños colaterales” que podrían reportarle al ICAIC el hecho de que este organismo perdiera su autonomía, luego de insertarse de modo mecánico en la nueva estructura.

Esta inquietud se la traslada con absoluta transparencia a Fidel en una carta, cuando le asegura que “la dejerarquización del cine cubano, no pueden sino provocar en nosotros un profundo sentimiento de amargura y frustración”, y más adelante describe los peligros que podrían traer al “movimiento artístico” que es el cine producido por el ICAIC las nuevas concepciones, pues,

según éstas, debemos convertirnos en funcionarios arquetípicos, transmisores de las decisiones del Ministro, coordinadores ajustados a determinadas normas y a una fórmula de dirección: el funcionario principal es intercambiable e intercambiables sus funciones, intercambiables son también los que le siguen en rango”.[5]

Para Alfredo Guevara se trata de una “nueva y segunda dejerarquización del organismo[6] puesto que ya con anterioridad, con la creación de la Comisión Cultural del Comité Central, tras la celebración del I Congreso de Educación y Cultura, lo único que se había promovido hacia el ICAIC era un clima de indiferencia y subestimación, actitudes combatidas por Alfredo por los canales adecuados y, según sus palabras, “con un solo resultado, la marginación”.[7]

De hecho, con el nuevo proyecto de estructura del Ministerio de Cultura el nombre del ICAIC estuvo a punto de desaparecer, dado el carácter empresarial que se le quiso impregnar a la producción de películas. Por suerte, los argumentos de Guevara, a favor de preservar el nombre resultaron sumamente convincentes, como cuando explica:

“Las razones que aconsejaron mantener el nombre de Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) no fueron pocas. En primer lugar, el crédito que, tanto nacional como internacional, había alcanzado dicha sigla en el curso de estos dieciocho años. Este reconocido prestigio a una sigla no ha significado simplemente una operación publicitaria mediante la cual, como todos sabemos, se facilita que el público se identifique con un producto: en este caso las películas cubanas. El nombre Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, principalmente para América Latina, ha significado y significa: Revolución Cubana, Cuba Socialista, Cine Cubano”.[8]

Aunque resulte discutible esa operación intelectual a través de la cual se sugiere que un término que identifica a un grupo de cineastas, ha conseguido monopolizar todo lo que tenga que ver con el “cine cubano” (en clara exclusión de aquellas subjetividades que tenían una producción audiovisual más allá de ese centro), la jerarquía alcanzada en el contexto internacional, y sobre todo en Latinoamérica, era real. El ICAIC seguía siendo un punto de encuentro importante para cineastas de izquierda, sobre todo después del incremento de la represión en países como Chile, Argentina, o Uruguay. Por eso le asistía la razón a Alfredo Guevara cuando en carta dirigida al comandante Belarmino Castilla, entonces vice-primer ministro del Sector de la Educación, la Cultura y la Ciencia, insistía en que “este cine es la vanguardia artística e ideológica del Nuevo Cine Latinoamericano, su retaguardia tecnológica, y su inspiración, por latinoamericano, por socialista y por internacionalista”.[9]

Lo sucedido alrededor de Cecilia (1981), de Humberto Solás, incrementó esa “dejerarquización” de la que hablaba Alfredo Guevara. Cierto que el ICAIC siguió funcionando como instituto, y como el principal centro productor audiovisual del país, pero como es conocido, Alfredo Guevara fue enviado a Francia, y es Julio García-Espinosa el que asume la responsabilidad de representar al instituto siendo viceministro del Ministerio de Cultura.

No es hasta 1986 que el ICAIC recupera parte de la independencia perdida. Según María Eulalia Douglas en su libro “La tienda negra”, ese año:

El ICAIC se independiza financieramente del MINCULT, recuperando en parte su antigua autonomía. Por Resolución del Ministro de Cultura Armando Hart, se crea la Unión de Empresas ICAIC, con personalidad jurídica independiente y patrimonio propio.

De ahora en lo adelante el MINCULT ofrecerá únicamente asesoría metodológica a algunas de estas empresas. El viceministro encargado de la esfera del cine ocupó el cargo de Presidente del ICAIC. Las empresas eran: Empresa ICAIC, Empresa Técnica de la Exhibición Cinematográfica, Empresa Distribuidora Nacional de Películas, Empresa Distribuidora Internacional de Películas. Forman parte del Instituto las entidades Cinematecas de Cuba y Centro de Información Cinematográfica”. [10]

Sin embargo, ello no impidió que el ICAIC siguiera enfrentando, cada cierto tiempo, los embates de los “normadores de las formas o los gustos estéticos” a los que Armando Hart, primer ministro de Cultura en Cuba, aludiera en su momento.

Al contrario, el ICAIC jamás ha dejado de ser considerado el espacio que una y otra vez debe ser controlado desde lo externo. Y eso mismo es lo que explica el origen y permanencia del inconformismo que, después de todo, sigue garantizando que no muera el espíritu emancipador del cine como expresión artística. Es decir, el cine auténtico, el que provoca y hace de la herejía su única razón de ser.

Juan Antonio García Borrero

Notas


[1] Alfredo Guevara. ¿Y si fuera una huella? (Epistolario). Ediciones Autor, Madrid, 2008, pp 108.  

[2] Ambrosio Fornet. El Quinquenio Gris: Revisitando el término. En “La política cultural del período revolucionario: memoria y reflexión”. Centro Teórico-Cultural Criterios, La Habana, 2008, p 45.

[3] Armando Hart. Cambiar las reglas del juego (Entrevista de Luis Báez). Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1983, p 8.

[4] Armando Hart. Cambiar las reglas del juego (Entrevista de Luis Báez). Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1983, p 10.

[5] Alfredo Guevara. Tiempo de fundación, p 285.

[6] Alfredo Guevara. Tiempo de fundación, p 291.

[7] Alfredo Guevara. Tiempo de fundación, p 292.

[8] Alfredo Guevara. Consideraciones sobre la procedencia de conservar el nombre “Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos”. En “Tiempo de fundación”, p 312.

[9] Alfredo Guevara. La conveniencia de conservar para el ICAIC su carácter de organismo nacional. En “Tiempo de fundación”, p 279.

[10] María Eulalia Douglas. La tienda negra, p 204.