El cine cubano hecho para televisión(Fragmento)

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Lo primero sería deslindar la historia de la televisión cubana de la historia del cine cubano hecho para la televisión. Son campos que se confunden, pero “historias” al fin, es posible detectar los orígenes, los contextos que permitieron que se desarrollasen algunas tendencias, los factores de cambio que posibilitaron el desarrollo de determinadas prácticas y la desaparición de otras, así como los intereses que en cada caso movilizaban a los pioneros.

Mientras que el cine se introdujo en Cuba en 1897 a través de Gabriel Veyre, la televisión llegaría a la Isla el 24 de octubre de 1950 al inaugurarse el Canal 4 (Unión Radio Televisión) “desde el Palacio Presidencial, por el entonces Presidente de la República, Carlos Prío Socarrás”. (1) Claro, esta es la fecha que se toma para marcar de un modo oficial el advenimiento de un régimen visual que aún sigue condicionando, desde lo doméstico, buena parte de los comportamientos del cubano promedio. Pero como casi siempre ocurre, la primera experiencia relacionada con nuestra televisión no respondió a la iniciativa del Estado, sino en este caso, al entusiasmo de la actriz María de los Ángeles Santana y Julio Vega Soto, quien en viaje de novios a Nueva York, se deslumbraron “con el invento y decidieron mostrarlo en La Habana, cuatro años antes de inaugurarse la operación regular de nuestra primera televisora, Unión Radio Televisión, el 24 de octubre de 1950”. (2)

Sobre este hecho histórico, declararía la actriz:

«Un gran amigo de Julio, Ricardo Planas, fue el que hizo las principales gestiones para que se hiciera realidad el sueño de mi esposo de traer la televisión a La Habana y también determinó que yo apareciera en el programa con que se daría a conocer este invento en Cuba, en lo cual también influyó Heliodoro García, quien en esa época era mi representante y estaba responsabilizado con las contrataciones artísticas del programa.

El propietario de la agencia Dodge-De Soto, ubicada en los bajos de Montmartre, en 23 y P, fue muy gentil al retirar los automóviles que tenía allí y poderse crear el estudio en que se harían las transmisiones desde las seis de la tarde y hasta altas horas de la noche en grupos de cincuenta personas. La primera de ellas causó un verdadero revuelo en La Habana; al público le sucedió igual que a mí en Nueva York, cuando vi mi imagen proyectada a través de una cámara. Ese día fundamentalmente se dieron cita en el improvisado estudio de El Vedado personalidades del gobierno, del cuerpo diplomático y periodistas deseosos de saber qué era la televisión». (3)

A diferencia del cine cubano, que solo alcanzó a consolidarse como industria nacional con la creación del ICAIC en 1959, la televisión cubana alcanzaría un rápido desarrollo debido al respaldo tecnológico de los Estados Unidos. Lo interesante de cruzar ambas historias (la del cine cubano y la de la televisión realizada en la Isla) desde una perspectiva tecnológica estaría en el hecho de que se nos revelarían los parentescos de dos expresiones culturales que han sido arbitrariamente distanciadas, en el afán de garantizarle al cine un status de superioridad estética. Esto ha traído como consecuencia que pocas veces se ha examinado el corpus de filmes realizados para la pantalla pequeña sin el prejuicio que supone creer que la jerarquía estética estaría determinada por las dimensiones de la pantalla o por el soporte utilizado. Claro que para el espectador del cine la experiencia de ver una película es muy diferente a la del espectador televisivo, y que el lenguaje consolidado en ambos campos ha estado influido por las características de los dispositivos utilizados en la producción de las obras, pero, aun así, falta por examinar la genealogía de las imágenes cinematográficas que circulan a través de ambos medios.

Juan Antonio García Borrero

Notas:

1) Mayra Cue Sierra: Hitos fundacionales televisivos. Aproximación histórica en Cuba, La Habana, Ed. En Vivo, 2011, p 15.

2) Ibídem, p 11.

3) Ramón Fajardo Estrada: Yo seré la tentación. María de los Ángeles Santana, La Habana, Ed. Letras Cubanas, 2013, p 269.